Hay veces, justo cuando más lo necesitas, que no hay nada. No hay nada en la televisión, no hay nadie con quién poder hablar, no hay música que escuchar porque todas y casa una de las canciones te recuerdan a él, no hay nada que leer, no hay vecinos a los que espiar y no puedes ahogar tu pena y rabia en comida porque... porque no. No es sábado y no puedes irte de fiesta y bailar hasta que salga el sol; y tampoco son horas porque suele ser bien entrada a noche, cuando estamos en nuestra cama tendidos, agotados, pero sin poder dormir, cuando todos nuestros pensamientos, nuestros problemas, ínfimas cosas en las que no habíamos parado a pensar en todo el día... pero no puedes. Y ésta es una de esas que, justo cuando más lo necesitas no hay nada. Te tienes ti, y antes una mala noticia como la recibida ese día y sin nada más que te consuele o que distraiga, no tienes nada más que una palabras en tu mente, breves, pero intensas, que, al fin y al cabo, son mejor que nada.
“No tengo ni la más remota idea de qué cantaban aquellas dos italianas y lo cierto es que no quiero saberlo, las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que precisamente por eso te hacia palpitar el corazón”
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