domingo, 13 de noviembre de 2011

No hay nada como sentir que se ha perdido algo para echarlo de menos.

Es duro fracasar en algo, pero es mucho peor vivir con la certeza de no haber tenido ni siquiera el valor suficiente como para intentarlo.

Hay veces, justo cuando más lo necesitas, que no hay nada. No hay nada en la televisión, no hay nadie con quién poder hablar, no hay música que escuchar porque todas y casa una de las canciones te recuerdan a él, no hay nada que leer, no hay vecinos a los que espiar y no puedes ahogar tu pena y rabia en comida porque... porque no. No es sábado y no puedes irte de fiesta y bailar hasta que salga el sol; y tampoco son horas porque suele ser bien entrada a noche, cuando estamos en nuestra cama tendidos, agotados, pero sin poder dormir, cuando todos nuestros pensamientos, nuestros problemas, ínfimas cosas en las que no habíamos parado a pensar en todo el día... pero no puedes. Y ésta es una de esas que, justo cuando más lo necesitas no hay nada. Te tienes ti, y antes una mala noticia como la recibida ese día y sin nada más que te consuele o que distraiga, no tienes nada más que una palabras en tu mente, breves, pero intensas, que, al fin y al cabo, son mejor que nada.

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