Ahora que todavía no peso un cuarto de siglo y que gasto camisetas de antes de graduarme y ahora que entre otras cosas distingo las leyendas urbanas de los cuentos callejeros puede que sea un buen momento para hacer balance de deudas.
No tanto por lo que deba a nadie, sino más bien por un ajuste de cuentas conmigo misma.
Echo un vistazo por encima de mis fraudes y pienso en algunos granos que dejé tirados por cunetas donde pensé que no podría crecer vida, y ahora que hago estadística de daños veo que el pasado pesa y el futuro pasa y nada se queda parado más allá de un pitillo, la magia por un instante, el agrio sabor de las pupilas cuando se empañan una mañana de otoño.
Supongo que habría que distinguir entre las cosas que todavía no tengo y las que no tendré jamás, diferenciar que a veces lo que falta es ausencia de y otras no llegar hasta.
Para empezar, lo que falta es lo que no está, el espacio vacío que los recuerdos no llenan, que la nostalgia acentúa, echarte cuentas pasadas en lugares donde dejaste trocitos de alma por construir, historias que no llegaron a ninguna parte, que no pasaron de la primera estación.
Y supongo que es duro recordar que dejé de creer en el amor cuando descubrí que todos los besos tenían el sabor de mi propia saliva, claro que es duro verme aguantando sin apenas soñar, sin apenas querer, y aun así, estoy segura, me faltan muchas piernas por liar, me faltan bolsillos para tanta arena, para tanta playa, para tantos labios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario