Acabo de hacer una nube en el café, lo remuevo nerviosamente esperando, quizás, que sepa algo menos amargo que nuestro último beso. No hay nada que me llame la atención en esta fría tarde de invierno. Decido coger un libro que se había quedado olvidado en el fondo de un estante, con una fina capa de polvo recubriéndolo ya por el paso de los meses. Promete ser una historia de amor, de esas que siempre acaban bien, que no dejan nada que desear a partir de la tercera página; pero es o leer ese libro que no parece esconder ninguna lección moral o tener que intentar domar el desorden que predomina en la habitación, casi tan en desorden como mis propios pensamientos.
Y así pasan estas horas muertas. Que las horas muertas, muertas se quedan. Y mientras la vida no se para a esperar y las oportunidades ahí fuera vuelan.
Pero antes de lanzarme a la búsqueda de la última carta que me dedicó, esperando encontrar esas palabras de cariño algo de consuelo, decido poner en orden todo lo que pasa por mi mentes, apartando todo aquello que se quedó sin esperanza, las cosas que ya son demasiado tarde para decir, cerrando caminos que creo equivocados y oyendo resonar en mi cabeza las palabras que me dijiste antes de ayer, arrojando al camino algo de luz, algo nuevo, alguna verdad de esas que hielan y que sólo tú sabes hacerme ver.
Parece que miento y sigo adelante. Las palabras de mi boca se entrecortan, no coinciden y quiero decirte algo más de lo que aquí se escribe:
Consigues lo que necesitas, lo que buscabas, lo que te quitaba el sueño por las noches... Lo tienes al alcance de tu mano y, de repente, ya no quieres algo así. Juguemos a complicarnos un poco la vida. A buscar algo más de lo que tenemos. Te miro, sonrío y te vuelvo a mirar. Respiro, y mis pulmones se llenan de aire que me quitas cuando caminas en otras direcciones. Aparquemos por un rato las dudas, porque ya no entiendo nada, camino del revés haber si me encuentro contigo, que estoy un poco necesitada de tu piel. Qué miedo, miedo a perderte, miedo a que la rutina acabe con nosotros antes de que seamos nosotros los que acabemos con ella.
Te quiero regalar un poco de mí, sabiendo que quizás al final te tengas que ir. Te quiero susurrar, por si te vas, por si me dejas aquí, que siempre huno algo que me arrastraba junto a ti.
Te necesito de una manera un poco torpe: ahora me muero por tu, luego ya no recuerdo tu nombre. No sé que es lo que pasa por mi mente. Entiendo que esto no es nada más que un juego, dejemos que decida el viento el final de todo estos, mientras improvisemos lo minutos que me quedan de tu calor, antes de que te marches, de nuevo, en otra dirección.
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