martes, 6 de noviembre de 2012

Una posibilidad entre un millón.


Hace tiempo leí que con 50 años habremos conocido a lo largo de nuestra vida a unas 20.000 personas. Haciendo una regla de tres, obtuve que un joven de 15 años habría conocido apróximadamente a 6.000 personas. Pongamos que la mitad de esas personas, es decir 3.000 son hombres y la otra mitad mujeres. Y supongamos que de esos 3.000, solo 1/3 están dentro del margen de edad en el que se incluyen todas las personas con la que podríamos tener una relación. Es decir, descartamos 2/3, donde se encontrarían aquellas personas de las que nunca podríamos enamorarnos: familiares cercanos, ancianos, niños pequeños... Nos queda el siguiente número 1.000. De todas esas personas, nos enamoramos de una sola. Estamos hablando de una milésima parte 0,001. Y a su vez, esa persona se enamora de una sola entre 1000. De esta manera, la probabilidad de que la persona de la que uno se enamora sea precisamente la persona que se enamora de uno, es según las matemáticas (1/1.000) · (1/1.000), lo que es igual a una posibilidad entre un millón, 1/1.000.000. Así que, si  se diera esa improbable situación de poder estar con la persona que quieres, que el destino ignorase las otras 999.999 opciones y convirtiera esa única probabilidad que había entre un millón, en un hecho, en una realidad, ¿qué sentido tendría no aprovecharla, qué más da lo que venga luego, qué importa lo complicadas que sean las circunstancias? Si lo más difícil, lo que tenía una posibilidad entre un millón de ocurrir, ya ha ocurrido.

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